Sueño de la abundancia
estrago impertinente
repite el versículo
como si fuese aria
Remonta el aroma
a un parrón periférico
de un tiempo
que parecía eterno
Terminó marchitándose
como la pintura
del columpio entre
las petunias
Cumplen los años
las mismas funciones
que el olvido
Negando los regalos
del presente perfecto
impertérrito
Las mismas funciones
que las cuatro fuerzas
fundamentales
Imposible escribir tan claro
todo lo que siento
Podría confundirse
con deseo enredarse
Entre palabras
Fatuas e inútiles
Jamás inocuas.
Pasa el tiempo y se me olvida que las personas mienten tan descara-
damente, que no toda palabra es literal, y pareciera ser que el fracaso
hoy por hoy es lo único transparente.
Fracaso rotundo. No tengo paciencia para nada, excepto para las ilu-
siones. Este año tenía la ilusión de volver a consumir cualquier cosa por
mis venas, ímpetu requerido para aplacar el aburrimiento interno, de un
revés que me remite a separarme la piel con la punta de las uñas.
Dedicarme a revisar la punta de cada aguja para asegurarme que ningu-
na pueda herirme lo suficiente como para hacerme cambiar de brazo.
Que se introduzca como delicado intercambio ortopédico y que al des-
pertar de la anestesia, no tenga moretones que esconder. Más que ilu-
sión, es mi fantasía volver a ser la adicta que fui. Tan oscura fantasía.
En vagamente Ilion, acaso en campiñas toscanas al término de
güelfos y gibelinos y por qué no en tierras de daneses o en esa re-
gión de Brabante mojada por tantas sangres (...)
El otro día recordé la abstinencia en Buenos Aires, cuando S. contra
todo pronóstico me consiguió aquel líquido de dudosa procedencia,
más bien de procedencia zona Oeste. Si mal no recuerdo, aquella sus-
tancia me dejó con fiebre dos días seguidos, como recién comenzaba
a salir con él, tuve que pedirle a C. que me llevara medicamentos y un
termómetro. Cuando recobré mi temperatura de vampiro, decidí cris-
talizar esa basura y aspirarla por la nariz.
Nada en la vida me prepararía para la calidad paupérrima de las jerin-
gas Industria Argentina, nada me haría pensar que extrañaría hasta el
más sencillo tratado de libre comercio.
De todo ese delirio sólo hay un sueño mal traducido: Para este tiempo
y momento, simplemente no puedo dejar los espacios en blanco. Una
antigua brecha se abre, seguida por una llamada de socorro que pensé
nunca escucharía. ¿Es esto parte de mis principios? Sólo sucedió. Un
callejón ahogado, lleno de imágenes de órganos. ¿Es tristeza todavía?
Un susurro cortando mi garganta, lamentándose sobre lágrimas nunca
secas. Por un espacio en el tiempo que fuera sólo nuestro, como un
recuerdo perdido y olvidado. L'Hypothèse du tableau volé.
Hoy despierto molesta por otros sueños, no hay nada en ellos que me
haga sentir bien estos días, unos escalones gigantes llenos de musgos,
demasiado altos para lograr subirlos a pie. Debo tomar el vuelo pen-
diente a Buenos Aires y no lo logro, mi madre insiste que cruce la cor-
dillera en auto con un conocido de ella. El conocido resulta ser el amigo
impronunciable de R., de quién, aún antes de despertar, no consigo ad-
mitir estar enamorada.
Al final de este último sueño, leo escrito: a veces mis obsesiones son
claras y sanas, ya al despertar no puedo estar más en desacuerdo.
El fracaso me deja a la merced de un nuevo intervalo desértico y esta
vez, vuelvo a elegirlo sin dudar.
Si comenzara una carta para ti, comenzaría más o menos así...