martes

(y yo me quedé mirando el techo, con oscar en mis oídos)

Se despidió de ambos que la acompañaron a tomar el taxi.
Se subió torpemente y se sentó sin tapujos en el asiento delantero. Entre divagaciones raras y sentimientos de pena propios de su inmadura ebriedad agarró su monedero sin darse cuenta y dijo tartamudeando "Has..hasta el colegio internacionnnnal" y cayendo en cuenta que había pagado, revisó su vuelto deseando que el taxista le hubiese dado la cantidad incorrecta de monedas, pero no fue así. Apoyó su cabeza en el vidrio y se puso a recordar historias inventadas...

el viejo comunista en la silla mecedora, a la luz del sol que entra por la ventana de la casa templeman.
la fachada de aquella casa, de ellos seis, al fin.
la coherencia de la fertilidad y la mujer disfrutando de su jardín del presente.
el pequeño y las nenas corriendo por ahí con la felicidad de la vida en sus rostros.

la muchacha, sentada en su escritorio, negándose a olvidar la cruda impresión de una historia repetida.
negándose a leer, a creer
esperando soñar, envidiando a toda la ciudad.
ya correr no le servía, ya volar tampoco.
pero la muerte le devolvió el sentido y fue en el momento de la muerte misma cuando el inicio de la historia pronto se destruyó.
no más casa, no más sol, no más jardines, ni felicidad de vida, y la peor parte, no más viejo comunista y como consecuencia de esto último, no más fertilidad, no más...

"hey, chica, despierta, aquí te bajas?!", le gritó el taxista, despertándola de su trance. Se bajó apenas y caminó las tres cuadras que quedaban para llegar a su casa, subio todas las escaleras e intentó que el portón no sonara tanto.
Arrepintiéndose de lo dicho en la tarde y arrepintiéndose de lo hecho semanas atrás, rompió todos los platos contra el suelo de la cocina mientras pensaba:
doscientos años de qué sirvió