toque de queda
toqué fondo
toqué fondo
toqué madera
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toqué un amuleto
al despegar toqué el asiento,
al despedirme toqué tu cara,
toqué mis lágrimas,
toqué tus mejillas secas
desde el comienzo
toqué el fuego
y la droga
agarré mis cosas, las metí
en una valija
luego en una caja
luego en una casa
mi casa.
cajas de apuntes
cajas y bolsas
en todo caso, cajas rotas
de papel reutilizado
papel roto y arrugado.
cubriendo espectros y umbrales
resquebrajados
es cierto que lloro mucho
a veces lloro de culpa por extrañarte
culpa y rabia
dos caras de una misma medalla
¿rota? rota.
otras veces lloro de incertidumbre
quizás por el castigo que conlleva
sustraerse de la
simbiosis.
consigo la idea, me hago la
idea de esperar a que pase el
temporal de espectros
-¿realmente vas a tomar una decisión basada en lo que te dicen tus amigos?
-desde ahora en adelante mis crisis son mías y sólo mías.
Mis crisis ya no volverán a ser
manoseadas, juzgadas, corruptas,
críticas. Ni siquiera las voy a
embalsamar. Aunque quisiera.
Y por último, lloro porque
me divide esa imponente cordillera
de los andes, que cada tanto
me hace tomar decisiones
aparentemente inocuas.
Mis cosas aquí y mis cosas
allá, divididas.
Pero los afectos no se
dividen; no son
los afectos, tan inocuos como pensamos.
Vuelvo a poner mis cosas en una
valija, en una caja rota ubico
tesoros, recuerdos, los bigotes
caídos de la China.
Vuelvo a cruzar la cordillera,
lloro y me seco los ojos casi
instantáneamente.
Los ojos no se dividen,
las esperas no se dividen
se cruzan inocuamente
esperando una crisis,
un encuentro abierto
o quizás roto.
Tal vez cuadrado
corrido
arreglado,
insondable.
Mis animales me dijeron
Escribe, escribe con nosotras.
Todos los días.
Y aquí estamos, desde un lado
o el otro
cruzándonos.