martes

tiempo muerto

Llevo puesta la necesidad de seguir documentando
lo que nos pasó allá al otro lado.
La llegada exabrupta, tu mundo,
el mundo a través de tus ojos.
Los callejones sueltos entre esquinas
con vendedores de cerveza a la madru-
gada. Eres una persona conocida -pensé- y
reconocida también, algo que alguna vez te
dio miedo no llegar a vivir, se abría en
pleno esplendor tu vida en esta ciudad.
Los paseos institucionales no cuentan,
si entrábamos a la Sagrada Familia
seguro salíamos de ahí con el virus.
Tantas veces soñé con estar en tu ciudad,
imaginaba departamentos sin paredes
de 3, 4, 5 o más pisos. Con ventanales
gigantes que nos daban vista a algún
complejo de agua. Otro, una cabaña
suspendida en un pastito. Luego, una
casita-habitación en el subsuelo de un barrio
que no te gustaba, pero por el cual no
te dejabas intimidar.
    Pero el cuarto final, el cuarto propio, tuyo, albergaba más amor del que pude imaginar.
El inicio de la aventura, que no sabemos nunca
dónde comienza, ni dónde acaba.
Música en griego, saltos de alegría
por simplemente estar. A veces te pienso
como mi tiempo base, estás ahí y
pasas deteniendo ambos de nuestros
tiempos. Sal tú, que después salimos
juntas.
Abarcar Barcelona sola no tenía
sentido. La ciudad me parecía ya
conocida, yo quería los detalles.
Pequeños jardines escondidos,
tumultuosas vistas de la ciudad.
Con P. comer ramen y caminar
hacia su casa, ya somos como
hermanos, rutinarios, a veces no nos
prestamos atención, y al otro le da
más o menos lo mismo.
Sentados los tres en fila,
turbulencia & náuseas,
el cuerpo bailado de la noche
anterior.
Callecitas suspendidas en el
tiempo. No lograba sentir nada
estando parada frente al Partenón,
tremendo socotroco milenario y yo,
pensando en el mar al fondo de todo.
Destello marrón oliva -entre olivos-
aquí hubo, aquí estuvo, aquí pasó
palabras demasiado chicas para
una qualia tan grande.
El agua de Vougliameni, gracias, 24 grados
en pleno invierno. Nadando como
si fuese a conseguir algo de mí
misma. No. Lo. Sé.
Gatos callejeros frente al
supermercado, tantos, bellos,
ganas de llevarlos a casa.
Caminando llegamos, el mar
esperándonos, las islas a lo lejos.
El sol comenzó a caer, me mojé
los pies en esa agua de territorio
estimado. Probablemente causa de
mi resfrío posterior. Pero el cielo,
dorado cromado, la impresión de
«aquí me quedo».
Luego el frío, el regreso en lo
que parecía una micro en hora punta
en Santiago de Chile.
Un museo aburrido y el más bello
jardín, un laberinto. Animales
exóticos y también los que esperábamos.
Una fuente de agua vestida de musgo,
asusté a P. viniendo por detrás.
Se enojó, le tuve que dar mi choco-
late, me abrazó.
Entonces, vueltas y vueltas por una
maravilla de ciudad con secretos,
historia que prefiero ignorar por ahora
y comida repetitivamente exquisita.
Ya en Barcelona fuimos a ver
Little Women al Verdi en barrio
de Gràcia, L. lloró y yo también un poco
quizás al final, con el hartazgo
de las relaciones amorosas que
nos retratan desde el nacimiento hasta la
     gran muerte.
Calle abajo, un tacho de basura
con fotografías que curamos
en pos de nada (el tiempo que
menciono páginas atrás).
Los amigos que tocaban en El Prat
a la medianoche, irnos en patota en
el metro, riéndonos de la
perfección europea. Tanta felicidad
sentí en ese momento, saltando
viendo a mi amigo cumplir su sueño,
gritarle "¡El tío Vicente estaría
orgulloso!".
Poder controlar mi borrachera,
                                    intentarlo.
Paseo por la playa, L. mojada
por meterse al agua en pleno
invierno. Los tres caminando por
un barrio inentendible, caminando
hasta encontrar dónde comer. Una picada con
arte kitsch. Lloré en el baño,
extrañaba a Z.
nuestra casa, nuestros
juegos, nuestro todo. Más.
Salí del baño – ¿estás bien?
Sí, lo estaré, a veces
          S I E N T O  D E M A S I A D O
{En fin} los últimos paseos
tenían sabor a últimos paseos
¿Qué hago acá hoy?
          Sigue siendo el mismo planeta
y no me quiero olvidar de mi amiga
doblando la esquina, saludando
desde el balcón, gritando y corriendo a darse
un chapuzón al agua,
      o gritando y corriendo para abrazarme.
         Igualito que la última
                                         vez.