domingo

los rayos o están destinados a una, o no lo están.

doblaba la esquina
el puente seguía tan transcurrido como siempre
le recordó a ese sueño en el que iba a ver a guido y una pandilla la perseguía escalera arriba
pero no esta vez no era ese


el hall estaba repleto de dandis
era ya tan obvia la afluencia decadente de gente que claramente no dormía allí que ya quería sacarme el vestido. el olor del ascensor volvió a ser el mismo. me acerqué hastiada de cualquier mirada pero fue inevitable; la verborrea aumentaba a medida quel elevador bajaba y me impregnaba con su ding.
así mismo la escuché al cabo de un rato, verborrea de su cuerpo | verborrea de su indumentaria, una paradójica ausencia de labia que se complementaba con su vestuario inquietante y acogedor. me invitó a comentarle acerca del bolso que llevaba conmigo esa noche. al igual que mi vestido, era negro. su cara llena de arrugas y el pelo teñido lujosamente me recordó la esencia de rosa maría y su neceser siempre listo con blondor pre-preparado en envases para lentes de contacto. comentó para romper el hielo -o eso creí yo- que el bolso que ella llevaba esa noche lo había comprado en un outlet con las mejores ofertas del barrio pero que lamentablemente el local había cerrado gracias a esas termitas rusas que habían arribado junto con los soldados que volvían ese mismo mes en el barco estrella del puerto. demasiada información pensé, y me vinieron esas náuseas incontrolables que me hacían pensar instantáneamente que llevaba un crío en alguna parte de mi humanidad. el ascensor iba por el piso veintitrés y parecía que nunca llegaría a planta baja por la misma razón por la que el hall estaba repleto. ella continuaba hablando, qué manera de mezclarse con el ambiente esa mujer, igualita al elevador.
sólo hubo un pequeño instante en que mi raciocinio pudo conectarse con su verbosidad; "decidí ponerle << pequeño reptil subrepticio>>, qué se yo, una oda a mí misma" aseveró. "arriesgada decisión" le comenté, pero no parecía escucharme para nada, quizás por las risas dandinescas o por el murmullo de las demás señoras que tras nosotras se arremolinaban a escucharla quién sabe por qué. prosiguió comentando sobre lo bellos y puros que habían vuelto nuestros soldados, desordenaba fantásticamente todo el orden cronológico de nuestra conversación y eso calmó un poco mis náuseas.
cuando el ascensor iba ya en el piso sexto decidió preguntarme: "y tú niña, dime cuál es el nombre de esa maravillosa pieza que llevas ahí?" rabiosa e implorando silencio le contesté: se llama sueño de una noche de verano, y era de mi madre. finalmente se me otorgó el silencio y no alcancé a distinguir si alguna de las señoras se estaba atragantando pues lo último que sentí cuando el ascensor cerró, fueron los ojos llorosos de ella mirándome infinitamente. y era ella, me había reconocido y la reconocí, rosa como siempre. entré por mi puerta, me saqué el vestido y lloré toda la mañana con un gato gordo a mi lado.
nunca más la vi. las termitas llegaron hasta el edificio y todos tuvimos que evacuar por el puente que no daba más.
lo único bueno fue, que así conocí a lionel.
bellísimo, purísimo.